Escapadita en Cuarentena

Espacio de escritura tablonera. En su relato, Felipe Bértola grafica una situación que vivimos muchos surfistas durante esta etapa de Aislamiento Social Obligatorio.


Por Felipe Bértola

Día no se cuanto.  El sonido agudo de la alarma me despierta nuevamente; como un pequeño martilleo me entra por los tímpanos  el ruido que se repite ¿Para qué habré puesto el despertador, si la rutina no existe? El sol entra por la ventana de mi pieza, la noche anterior dejé el postigo abierto, previendo que arrancar el día con la luz de un foquito es peor que un mate frío y lavado.

El día esta hermoso, en el cielo se impone el celeste y la temperatura dentro de casa da buenos presagios. Me convenzo y salgo a comprar algunos pedazos de carne para tirar al fuego.

Son las 11 30 am. El carbón se va prendiendo; todavía me queda ordenar y juntar con una palita los soretes de los perros. Termino y me siento en una vieja reposera amarilla. El vecino también se despertó con ganas de hacer algo, lo sé porque la moladora opaca cualquier otro ruido.

Me saco las zapatillas y dejo que los dedos de los pies se estiren; una pequeña briza pasa entre ellos, siento como el sol va calentando mis piernas y pone en temperatura el resto del cuerpo. Miro el cielo celeste y pienso <Que día para estar en el mar. Los primeros días de mayo siempre son de buen clima y el océano siempre regala algo>.

Apoyo la cabeza en la reposera y voy de a poco quedándome dormido. Por un instante siento las fosas nasales húmedas y los labios salados y resquebrajados, me queman los hombros y los brazos me pesan.

 Recupero la cordura. Pestañando unas cuantas veces, miro la parrilla. Vuelvo apoyar la cabeza en la reposera y los parpados pesados se me cierran.

De repente las sensaciones son más reales, se pueden sentir.

La punta de los dedos de mis pies están fríos, no helados, pero si fríos,  no los puedo mover mucho, porque la bota de neopren me aprieta, en el tobillo izquierdo me siento la pita, tanteo con las manos; como si fuese una gaviota las muevo abajo del agua, haciendo un movimiento parecido al aleteo, abro y cierro los dorsales, me empujo el agua hacia el pecho, siento las corrientes y la oposición de millones y millones de litros de agua escurriéndose entre mis manos… floto arriba de una tabla de surf.

Nuevamente cabeceo y me escapo del sueño, vuelvo a la realidad. Acá también el sol brilla, pero no es lo mismo. Miro una vez más la parrilla, el fuego saca algunas chispas. vuelvo a apoyar la cabeza. Ahora sí, me quede completamente dormido.

Estoy en el mar no hay dudas, y el fin de la mañana me regala un tren de olas perfecto. Adelante mío se levanta la primer onda, atrás de ella vienen dos más. Lo pienso un segundo y decido, voy a apostar por la tercera. Pongo el pecho en la tabla y por un instante todo se vuelve blanco, el sol refleja contra el agua y me dificulta la vista. Remo con la poca fuerza que me queda hacía adentro, encarando el pico que rápidamente comienza a tomar altura, el sol se pierde por un segundo y por mi cabeza pasa la idea del fracaso <Ya esta, me va romper encima y el terrible revolcón que me voy a comer va a ser imposible de explicar>, pero no. La supero. A los quince, veinte metros viene la segunda. Otra vez la misma historia. Por un instante casi ejecuto y cambio el plan para retirarme con esta perfecta masa de agua, pero no, quiero la tercera. Con una remada más paso la ola. Ya estoy.

Ahí viene avanzando, a cada metro toma mayor altura y su color oscurece. Tomo la punta de la tabla y con las piernas pateo de manera inversa, lo que me hace girar y quedar de cara a la orilla y con la onda avanzando, en mi espalda. Nuevamente me acuesto sobre la tabla y sacando pecho, levantando lo más posible el cuello y la cara, empiezo a remar. El agua me levanta, me elevo en el aire, remo más que nunca, miro hacia mi derecha y veo que a medio metro mío la ola comienza a derrumbarse. Nuevamente el fracaso pasa por mi mente <Me clavo>me digo a mi mismo. Un instante después apoyo las manos en la tabla a la altura del pecho y me impulso hacia arriba, al mismo tiempo con el empeine de la pierna derecha  voy haciéndola avanzar como si estuviese pateando una pelota de tres dedos; así me voy parando. Una vez parado tomo una velocidad que no se puede describir. Atrás mío a unos centímetros, estallaron miles de litros de agua y frente a mí tirado un poco a la izquierda, se extiende la pared de la ola, el sol la refleja de lleno, le da claridad y un reflejo turquesa oscuro. La miro mientras una sonrisa infantil se me dibuja en el rostro, la voy a tocar con la mano. El vecino prende la moladora.

Moviendo la cabeza me despierto. El corazón y las pulsaciones van mil. Miro a mi alrededor solo hay paredes. El fuego ya esta listo para tirar la carne.



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